Decidí que levantarme por la mañana y ver el sol no era un motivo para sonreír. Al abrir los ojos sentí que desgraciadamente un nuevo día había amanecido y que tenía que volver a soportar mi cuerpo.
Decidí que ducharme no era relajarse bajo un chorro de agua caliente con jabón perfumado para enfrentar la jornada. Me miré la tripa y dejé que la angustia se apoderara de mi alma durante el resto del día.
Decidí que ir al instituto no era aprender y divertirme. De primera a última hora era una prueba de fondo en la que tenía que superarme continuamente a mí misma.
Decidí que la hora del recreo no servía para disfrutar de mis amigos. Invertí el tiempo en averiguar cómo hacer que pasaran los minutos sin comerme mi merienda.
Decidí que ver la tele no era una actividad de evasión. Me comparé con las modelos, actrices y presentadoras y llegué a la conclusión de que todas eran mucho mejores que yo.
Decidí que comprarme ropa no era renovar mi armario para sentirme guapa. Me probé las tallas más pequeñas y celebré las que me quedaban bien y me culpabilicé por las que no.
Decidí que celebrar el cumpleaños de mi amiga no consistía en hacerla a ella feliz ese día. Me comí un helado y al llegar a casa me castigué por ello.
Hace 9 años me condené a la anorexia.
Pero como el ave fénix renace de sus cenizas, hace tiempo…
Elegí que despertarme cada mañana era una oportunidad de un nuevo día lleno de sorpresas que disfrutar.
Elegí que comer es disfrutar de los sabores y variedades que nos ofrece nuestro planeta y nuestra cultura, sobre todo si es en compañía.
Elegí que los momentos con mis amigos no se estropearían y saldríamos a merendar, a tomar un café, a cenar, a ver una película, a pasear y a reír.
Elegí que comprarme ropa significaría tantas prendas como motivos para recordarme el cuerpo tan bonito que tengo.
Elegí observar la maravillosa heterogeneidad del ser humano y disfrutar de nuestras diferencias, sin etiquetar a mejores y peores.
Elegí luchar…
Elegí ser feliz…
Elegí terminar con la anorexia.
¿Y tú? ¿Qué deseas?