lunes, 17 de marzo de 2014

El enemigo


 Hay una cosa que me llama mucho la atención y es ver a la gente hablando con el móvil en mitad de la calle, como si estuviesen solos en el mundo y no hubiese nadie más. Es curioso, realmente. Demuestra con claridad la facilidad que tienen de aislarse totalmente y olvidar lo que hay a su alrededor.
No es que yo vaya por ahí poniendo la oreja, ni que sea cotilla y curiosona. No, qué va. Lo que pasa es que no lo puedo evitar. Si se me pone alguien al lado y empieza a chillarle al teléfono ¿Qué le voy a hacer? No me puedo tapar los oídos. No me queda más remedio que escuchar, quiera o no quiera.
Un día, por ejemplo, estaba yo en el autobús y el chico que estaba sentado delante iba soltando a voz en grito todos sus trapicheos, dónde se compraba la droga en su pueblo y a quién, con todo detalle.
Hasta leí hace poco una noticia sobre un hombre al que habían detenido porque iba en el tren contando por teléfono que había matado a no sé quién y resultó que su compañero de asiento era policía y, claro, en cuanto se bajaron del vagón lo arrestó.

Y, bueno, la conversación que escuche ayer en el autobús me dejó perpleja. Es cierto que no conseguí averiguar si lo decía en broma o en serio, pero la verdad es que su tono era contundente. Iba mirando por la ventana cuando oí de repente:

-“Quiero ser una mujer objeto, quiero que me mantengas y dedicarme a cuidarme y a hacer cursos de cocina.”

Mi pensamiento fue inmediato: “Al menos quiere aprender a cocinar”.


Que cada cual saque sus propias conclusiones. Lo que sí que tengo claro, claro  como el agua, es que muchas, muchísimas veces, nosotras mismas nos convertimos en nuestro peor enemigo. 



miércoles, 12 de marzo de 2014

La soledad bajo la campana de cristal

Hoy he acabado de leer "La campana de cristal" de la escritora estadounidense Sylvia Plath. Es una de sus obras más conocidas y en ella  narra su ingreso en varios psiquiátricos durante su etapa universitaria. Copio una reflexión que hace en las páginas finales antes de enfrentarse a la reunión en la que se decidirá si le dan el alta:

 "¿Cómo podría yo saber si algún día en la universidad, en Europa, en algún lugar, en cualquier lugar, la campana de cristal con sus asfixiantes distorsiones no volvería a descender?
¿Y no había dicho Buddy como para vengarse de que yo estuviera desenterrando el coche y él tuviera que permanecer inactivo: Me pregunto con quién te casarás ahora, Esther?"

Vayamos por partes porque la reflexión tiene miga.

La campana de cristal, que para la autora separa a los sanos de los cuerdos, ahoga a la protagonista en su soledad. Le hace sentirse inadaptada, incapaz de enfrentarse a la vida diaria. ¿Os suena esa sensación? Y cuando está a punto de volver a su vida cotidiana teme que esa campana vuelva a separarla de una normalidad en la que ella no acaba de encajar. Yo soy yo soy yo, se repite Esther Greenwood, la protagonista y álter ego de Plath, varias veces durante la novela. 

La segunda parte de la reflexión, además de subrayar las expectativas sociales para la mujer en aquella época, muestra uno de los grandes miedos de las personas que han sufrido (o sufren) un trastorno psicológico. ¿Y ahora quién me va a querer? Eso unido a una baja autoestima y a una incapacidad absoluta para estar solos las convierten en auténticos imanes para las relaciones destructivas, asimétricas. Una vez están repartidas las etiquetas (yo soy el sano-tú eres el loco) la persona duda constantemente de sí misma."Porque sueño, yo no lo estoy" se decía el inolvidable Léolo en la película del mismo nombre para desligarse de la locura de su familia. Del mismo modo, la persona con un trastorno psicológico se repite: "Porque lo estoy, no tengo razón. No puedo tenerla". Porque la campana ha caído sobre ella, la lógica está fuera de su alcance. Sus argumentos pertenecen al mundo de lo irracional, de lo extraño, de lo llamativamente extraño. La persona que está a su lado se encargará de recordárselo.

En realidad, las campanas aislantes no tienen nada de malo. Es más, pueden ser hasta sanas cuando el mundo se vuelve caótico. Lo verdaderamente malo es sentirse solos bajo ellas.Temer la soledad en lugar de disfrutar de los momentos en soledad. Y  entonces, en un ambiente caldeado por el miedo,  los gérmenes crecen. 

Tú eres tú eres tú. Es una máxima irrefutable. Y lo que no eres tú, lo que está pegado al imán, si lo decides y confías en ti mismo, si desactivas la polaridad, acabará yéndose.