lunes, 17 de marzo de 2014

El enemigo


 Hay una cosa que me llama mucho la atención y es ver a la gente hablando con el móvil en mitad de la calle, como si estuviesen solos en el mundo y no hubiese nadie más. Es curioso, realmente. Demuestra con claridad la facilidad que tienen de aislarse totalmente y olvidar lo que hay a su alrededor.
No es que yo vaya por ahí poniendo la oreja, ni que sea cotilla y curiosona. No, qué va. Lo que pasa es que no lo puedo evitar. Si se me pone alguien al lado y empieza a chillarle al teléfono ¿Qué le voy a hacer? No me puedo tapar los oídos. No me queda más remedio que escuchar, quiera o no quiera.
Un día, por ejemplo, estaba yo en el autobús y el chico que estaba sentado delante iba soltando a voz en grito todos sus trapicheos, dónde se compraba la droga en su pueblo y a quién, con todo detalle.
Hasta leí hace poco una noticia sobre un hombre al que habían detenido porque iba en el tren contando por teléfono que había matado a no sé quién y resultó que su compañero de asiento era policía y, claro, en cuanto se bajaron del vagón lo arrestó.

Y, bueno, la conversación que escuche ayer en el autobús me dejó perpleja. Es cierto que no conseguí averiguar si lo decía en broma o en serio, pero la verdad es que su tono era contundente. Iba mirando por la ventana cuando oí de repente:

-“Quiero ser una mujer objeto, quiero que me mantengas y dedicarme a cuidarme y a hacer cursos de cocina.”

Mi pensamiento fue inmediato: “Al menos quiere aprender a cocinar”.


Que cada cual saque sus propias conclusiones. Lo que sí que tengo claro, claro  como el agua, es que muchas, muchísimas veces, nosotras mismas nos convertimos en nuestro peor enemigo. 



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