lunes, 20 de enero de 2014

Vivir con miedo

 El otro día al salir del cine me pasó algo curioso. Los bajos del cines Renoir Princesa, donde están las salas, son un laberinto que conecta sus tres cines. Cuando acabó la película, un amigo y yo nos apresuramos hacia donde marcaba uno de los carteles de salida. Y entonces, sin saber muy bien cómo había pasado, nos encontramos en mitad de esa maraña de recovecos que llevan a otras salas. Ni rastro de la salida. Decididos a salir de allí, a tomarnos la cerveza que nos merecíamos (las películas cada vez duran más) anduvimos con firmeza, casi con desesperación. En un momento dado miramos hacia atrás y, para nuestra sorpresa, nos dimos cuenta de que la gente nos seguía, de que estábamos guiando a un grupo de personas sin saber muy bien dónde íbamos nosotros. Y así, al girar una esquina, nos encontramos de frente con una pared que cortó nuestro avance. El nuestro. El de ellos. Todos frente a la blancura de la nada. Como descubrieron unos chicos, la salida estaba en un lateral, camuflada bajo la apariencia de una puerta cerrada. No la habíamos visto porque caminábamos en masa. Nosotros con la responsabilidad de quien guía. Ellos con la complacencia del guiado. Me pareció una gran metáfora.
Ya hablamos en otra entrada de la relación entre el miedo y los trastornos de la alimentación, cómo la anorexia o la bulimia pueden convertirse en escudos que te protegen de ese camino tortuoso que es lo cotidiano.
Al haber permanecido dentro de una burbuja piensas que el resto de la humanidad (así, en abstracto, que siempre es más fácil para las ideas absurdas) tienen las claves, que ellos están mucho más preparados que tú. Y tú, que estás en el camino hacia la vida, sientes que el miedo te oprime. Miedo a las recaídas. Miedo a las rupturas que provocan recaídas. Miedo a las críticas que terminan en recaídas. Miedo a las recaídas que, como en una espiral inagotable, provocan nuecas caídas. Miedo a no alcanzar a los otros, a estar siempre a la zaga, siguiendo una estela no muy nítida, farragosa.
Pero lo cierto es que todos, absolutamente todos, tenemos miedo. El miedo es, además, el gran aliado de las sociedades modernas. Sin él no existiría la publicidad ni las compañías de seguros. Ni siquiera el terrorismo. Lo que diferencia a una persona que se enfrenta a él de otra que lo rehúye es que la primera hace que el temor desaparezca. Mientras el que se acurruca en el miedo y deja que le abrace o el que lo evita, lo alimenta. Al creer que está a salvo, al apostar por lo cómodo, por la complacencia, lo engorda peligrosamente. Y, sobre todo, se pierde las salidas laterales, aquéllas que te llevan al exterior. 
 Por eso algún día, cuando encuentres la salida del laberinto, te darás cuenta sin buscarlo, sin ni siquiera haberle prestado atención, que no eres la única con miedo. Que los que van delante pueden también estar aterrados. Pero que tú, al haberlo mirado a la cara, sabes que la única salida es enfrentarlo.Y que el resto, las excusas, los peros, las frases condicionales, los círculos interminables, no son más que la expresión autoengañosa y concreta del miedo.

miércoles, 15 de enero de 2014

La tontería sí que es crónica...

Recuerdo aquel día como si fuera ayer. Tenía 21 años y, a pesar de llevar muchos años enferma, tenía una vida por delante. Esa mañana había salido de la Universidad con los nervios a flor de piel, porque en unas pocas horas tenía que visitar a mi médico. La verdad es que yo no me encontraba en mi mejor época, hacía poco que acababa de salir de un ingreso hospitalario en el que únicamente se dedicaron a engordarme, dejando de lado la raíz del problema. Allí un psiquiatra te veía una vez a la semana y te preguntaba cómo ibas. Y era una estupidez intentar explicárselo, porque los cinco minutos que duraba la consulta no daba para nada más que para un “bueno, más o menos”.

En fin. Como consecuencia de este ingreso en el que no me dieron ningún tipo de terapia psicológica, únicamente me cebaron (y no solo con comida sino con toneladas de medicación) no supe encajar mi nueva imagen y cuando me dieron el alta, porque según ellos “mi vida ya no corría peligro”, tarde muy poco tiempo en recaer.

Y en estas me encontraba. Luchando contra la maldita anorexia, decidida a no volver a entrar a aquel hospital del diablo. Decidida a recuperarme y a remontar la recaída. Decidida a salir de este mundo de una vez por todas.

Esperaba que el médico me dijera aquella tarde que había recuperado algo, que estaba mejor. O que al menos me había mantenido. Deseaba que me transmitiese ánimos, que me dijera que iba por el buen camino y que al final todo esto se acabaría. Pero casi hubiera preferido que me amenazase con meterme de nuevo en el hospital si no subía de peso, como solía hacer cada vez que nos veíamos. Lo prefería antes que oír lo que aquella tarde me dijo.

-         "Patricia, siento decirte que tu caso es crónico. Da igual que intentes recuperarte, da igual lo que hagamos por intentar ayudarte y da igual las veces que te ingresemos. No tienes remedio. Nunca te vas a curar".
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Recuerdo la punzada de dolor que sentí al escucharle. Era como oír mi propia sentencia de muerte. Qué más daba todo ya, al fin y al cabo nunca me curaría. Me costó mucho levantar cabeza tras aquel duro golpe. Pero lo hice. Y empecé a tomar medidas. Un médico como él nunca iba a servirme de ayuda… así que lo primero que hice fue decirle adiós.


Tras muchos años de esfuerzo hoy puedo afirmar que estoy recuperada, y no solo lo digo yo, también lo dice mi alta médica. Lo dicen mis ojos y mi sonrisa, lo dice la risa de mi hijo y lo dice la gente que me quiere y que confió en mí desde el principio. Y hoy, tras mi visita sorpresa, también lo va a decir aquel médico que se sacó la licencia en un tómbola de feria…

No os engañéis. Los trastornos de conducta alimentaria SÍ se curan. Éstos son enfermedades mentales al 100% y la recuperación total sí existe. Obviamente, los años de enfermedad y si existen otros trastornos mentales comórbidos hacen que el tratamiento sea más largo, pero no infinito. Los únicos que te dirán que los TCAs no se curan son las enfermas que no se quieren curar, (y con el cuento de la cronicidad acallan su conciencia) o médicos anticuados que no saben cómo tratar a sus pacientes.

Para que un TCA se cure lo más importante es quererlo. Nadie elige enfermar pero la recuperación sí es una elección. Por más médicos y profesionales que uno tenga al lado, nadie se va a recuperar si no elige hacerlo.
Por otra parte, y una vez que se ha elegido la recuperación, es importante dedicarle mucho tiempo, esfuerzo y paciencia, así como escoger el equipo médico y las terapias que se necesiten (hay quien necesitará sólo un psicólogo, otros un equipo, otros un ingreso…) y sobre todo, es necesario alejarnos de los que no creen en nosotros. Mal vamos si ellos se rinden antes que tú. Recuerda que...

QUERER ES PODER

jueves, 9 de enero de 2014

72 horas

Hace unos días, a raíz de mis reflexiones sobre por qué no lograba tener días tranquilos y felices como cualquier joven de mi edad, mantuve una interesante conversación acerca de cómo funciona (o "disfunciona", mejor dicho) la mente de una persona que ha sufrido o está sufriendo un TCA, en lo que respecta al sentimiento de responsabilidad y las sensaciones que se tienen en función de si hemos cumplido con ella o no.

Siempre he intentado hacer las cosas, además de perfectas, de la forma más difícil posible ya que eso significaba realizar un esfuerzo extra, lo que, en mi opinión, tenía mucho más mérito y me llevaba a pensar que la recompensa ante tal sacrificio sería mayor. Para una persona con la autoestima baja, esto significa un refuerzo continuo de su valía personal,  “un recurso” con el que poder tener la sensación de que sigue sirviendo para algo.

Autoexigencia
Los pensamientos obsesivos no nos dejan disfrutar de la vida

Esta faceta de mi personalidad, cargada de auto exigencia, empezó siendo algo pequeño y sin demasiada importancia pero, al igual que ocurre con todas las obsesiones y dependencias, al final dejé de ser yo quien controlaba la situación. Finalmente los pensamientos negativos y auto destructivos terminaron por controlarme a mí y devoraron cada parte de mi vida: mis estudios, mi trabajo, mis amistades, mi pareja, mi familia…

El primer caso que recuerdo es cuando estaba cursando la E.S.O. Me sentía bien estudiando hasta altas horas de la madrugada, aunque no tuviera realmente tantas cosas que hacer. De hecho, siempre me iba a la cama pensando que aún podía dar más de mí misma. Me encantaba estudiar y adoraba lo que estudiaba, pero no era capaz de disfrutarlo porque yo misma me lo impedía con ese afán de auto explotación. En pocos meses, casi sin darme cuenta, la obsesión se trasladó a mi cuerpo y ahí se desencadenó todo un huracán de sentimientos encontrados y problemas que explotaban: la anorexia.

Durante el tratamiento de la anorexia y hasta que la superé, creí que una vez aniquilado este fantasma ya no volvería a sentirme mal, pero con el tiempo me di cuenta de que para ello aún quedaba lo más importante: aprender a ser buena conmigo misma y hacerme feliz. Eso es lo realmente difícil para una mente distorsionada. Cuando conoces algo durante mucho tiempo, aunque sea malo, te da miedo desprenderte de ello porque no sabes qué hay al otro lado e incluso piensas que puedes perder parte de tu personalidad. Como ya os he dicho en otras ocasiones, es el turno de creer en las palabras de otros y no bajar la guardia; tienes que recordarte a cada minuto que puedes y te mereces ser feliz, que es un derecho mirar el lado bueno de las cosas.

Algo muy común en las personas que tienen este tipo de personalidad tan auto exigente es que con frecuencia confunden el hecho de ser buena hija, amiga y pareja con la creencia irracional de que deben hacerse cargo de los problemas de los demás. Tú te ves con la fuerza de un elefante para luchar contra viento y marea, has superado la anorexia así que ya nada puede contigo, y acabas convirtiendo los problemas de los demás en los tuyos propios.

La cuestión es que, pese a tu buena intención y por mucho que te esfuerces, las cosas no siempre salen como queremos, y cuando esto pasa, no te respondes a ti misma con un "c'est la vie" sino que te auto fustigas con el pensamiento de que deberías haber sido capaz de hacer mucho más. A pesar de que se trata del problema de otra persona, tú lo ves como una derrota personal y te preparas para esforzarte más en el próximo asalto. Como he dicho, lo hacemos porque queremos ayudar a los que más queremos, por lo que no hay nada que recriminarnos, pero si analizamos la situación y la miramos con un poco de perspectiva, lo que en realidad estamos haciendo es subestimar la capacidad de los demás para resolver sus propios asuntos, juzgar continuamente al de enfrente y, finalmente, anular tus reductos de felicidad.

La vida no es vivir conforme a un plan establecido, es disfrutar de lo bueno y aprender de lo malo, por lo que malgastar tu tiempo esforzándote en pasarlo mal por algo que en realidad sabes que puedes disfrutar, es absurdo y la recompensa que buscas no es real.

Amiga, tú que nos lees y también sientes esta mal entendida responsabilidad, intenta por una vez en pensar que debes hacer caso a tu corazón y parar cuando éste te lo pida, respetar las situaciones y a las personas y entender que entre el blanco y el negro hay una escala de grises. Disfruta de lo que te hace feliz y ten el valor de abandonar aquello que te hace sufrir.

Ahora mismo te puede parecer imposible, te entiendo porque estaba en tu misma situación hace una semana. Pero por imposible que te parezca, hay un día en el que la cabeza te hace "click" y decides definitivamente cambiar tu actitud ante la vida. Aunque suene increíble, cuando verdaderamente te decides a hacerlo, te das cuenta de lo mucho que puedes vivir en tan sólo 72 horas…

No te metas prisa a llegar a este punto pero, cuando por tus venas corra la primera gota de fuerza para agarrarte a este espíritu, móntate en la barca y deja que la vida te lleve de nuevo a tu Ítaca ya que, aunque te parezca que la olvidaste hace mucho, siempre regresarás a la felicidad innata y natural que tú misma te arrebataste. Sólo tienes que intentarlo fuerza.

jueves, 2 de enero de 2014

Una potrilla llamada Princesa

Hace 9 años había una potrita que se llama Princesa, esta pequeñaja inocente vivía feliz en su manada rodeada de los suyos, los cuales la aceptaban y la querían tal y como ella era. Princesa tenía muchos amigos con los cuales salía a galopar, saltar y sobre todo a pastar, porque a ella le encantaba pastar.

Un día Princesa se alejó un poco de los suyos para ir a explorar lo que había más allá del prado en el que estaba acostumbrada a vivir y descubrió algo que la llamó muchísimo la atención, había una manada enorme al otro lado de la montaña, estaba muy cerca de la suya pero muy lejos ya que estos parecían grandes caballos de competición.

Princesa volvió a su manada cabizbaja y esa noche, mientras todos los demás descansaban ella estuvo pensando acerca de lo que había visto esa tarde.
A los ojos de nuestra Princesita aquellos eran los caballos ‘perfectos’. Yeguas perfectamente esculpidas, sementales musculados, sus crines lucían estupendas y sedosas, sus movimientos eran rítmicos, equilibrados. Eran hermosos. Vivían de una forma que ella envidiaba, todos estaban alrededor suyo, les admiraban, les aclamaban, les cuidaban, les amaban.

Princesa empezó a sentirse muy mal, y decidió ir por su propio pie a una cuadra que estaba más cerca de lo que ella pensaba y que se llamaba TCA ‘Todos los Caballos son Admitidos’. En esta cuadra ofrecían una solución rápida y aparentemente sencilla a los problemas de Princesa, pero nuestra potrilla firmó el contrato de entrada demasiado pronto, sin ni siquiera leérselo.

Progresivamente a Princesa la fueron quitando cada vez más y más forraje ya que para ser una gran yegua de competición tenía que perder algo de peso, pero la cantidad se les fue de las manos sin que la potrilla se diese cuenta. Además tenían entrenamientos muy duros, para los cuales no estaban preparados, muchas veces al día, a cualquier hora, sobre todo después de las escasas comidas que les daban. Esto hizo que físicamente empezasen a sufrir problemas. Además en esta cuadra no la dejaban salir a ver a su manada y poco a poco los fue perdiendo sin que ellos supiesen dónde estaba.

Fueron pasando los años y la potrita que se había metido en esta cuadra queriendo ser una yegua destacada, admirada, distinguida e importante fue encerrándose y poco a poco todo se fue tornando oscuro, ya no la dejaban ver el campo, esa felicidad que sentía corriendo con sus compañeros desapareció, ahora pasaba el día en el box, tumbada, sin fuerzas para entrenar y sin ganas de hacer o pensar nada.



Fueron años y años viviendo allí. Fueron años en los que la pequeña Princesa fue madurando y haciéndose ella misma de forma paralela a todos los potros de su edad. Fueron años en los que a Princesa le costaba encontrarse a sí misma, solo encontraba en ella un deseo implacable por ser parecida a esas yeguas ‘perfectas’ que había visto aquella vez, pero en su afán por alcanzar esta meta se estaba destrozando. Fueron años en los que Princesa solo encontraba en ella misma las ideas de aquella cuadra donde se había metido. Entonces, un buen día, decidió sacar aquel contrato y leerlo bien. En este ponía que una vez que te metías no podías salir de allí, ellos iban a ponerte a prueba, a someterte a todo aquello que ellos querían, pero también ponía una larga, larga lista de efectos secundarios que podías encontrarte si entrabas. Todos ellos negativos. Princesa dio un brinco al ver que la mayor parte de esa lista se reflejaba ya en ella, por primera vez desde hace mucho tiempo abrió los ojos. Paso días, meses dando vueltas sin parar en el box, pensando que podía hacer para salir de allí, pues no iba a permitir que nadie jugase con su vida ni ‘tomase las riendas’ de ella, iba a demostrar al mundo y a su manada que ella YA era una yegua y que además era una yegua distinguida pero no por sus músculos ni sus facultades en ninguna disciplina sino por su fortaleza psicológica.

Un día ya desesperada enfureció y lanzo una fuerte coz contra la puerta que la estaba reteniendo, haciendo un pequeño boquete en ella, por el cual entró un rayo de luz, hacía años que no la veía y eso la dio fuerzas para continuar, fueron meses y meses de esfuerzos y de patadas a esa barrera que la separaba del campo que tanto adoraba, de esos ricos pastos y de esa manada que tanto la quería. En cuanto el boquete fue lo suficientemente grande como para salir, nuestra Princesita ahora convertida en una yegua madura salió galopando fuerte de allí, al salir la puerta le hizo un gran corte, pero dio igual ella corrió al encuentro de su manada, de su vida. Volvía a ser ella.

Princesa estuvo muchos meses dando vueltas por el campo, al principio todo era muy duro en el exterior, la herida que se había hecho al salir le dolía muchísimo y no podía dejar que se infectase, estaba desorientada y tenía que tener cuidado con lo que comía pues su estomago se había quedado muy débil, además todo esto le recordaba continuamente lo que le había sucedido. Pero ella siguió incansable en busca de lo que solía ser.

Un día Princesa se encontró un amigo por el camino, era pequeño y estaba solo, era un cachorrito de gato, se paró a ayudarle y a partir de ahí el pequeño gatito la siguió a todas partes así que decidió ponerle nombre, le llamo Trece. Trece ayudó a Princesa en su largo camino, le dio ánimo y fuerzas, esperanza en los momentos en los que ella la perdía. Poco a poco la herida fue cicatrizando y Princesita fue cogiendo peso.
Un buen día Princesa y Trece se toparon con una montaña que le resultó familiar a nuestra yegua. Princesa sintió un escalofrío al darse cuenta de que había estado allí antes, se acordó de que tras esa montaña estaba esa cuadra tan destacada donde estaban todos aquellos caballos tan perfectos que la habían hecho meterse en la cuadra TCA. Se armo de valor y con Trece encima emprendió de nuevo la marcha. Si quería llegar al otro lado y recuperar su vida tenía que cruzar aquella manada, algo que la aterraba. Se introdujo entre los caballos para descubrir, para su sorpresa, que no eran tan distintos a ella, YA NO, ahora ella era una yegua fuerte, y no era tan distinta al resto de la manada.

Cuando terminó de cruzar tenía unas fuerzas sobrenaturales que le hicieron salir a galopar de forma frenética y alocada. Estaba alegre. Por fin su manada se diviso a lo lejos, lo que la hizo acelerar más y más, daba saltos de alegría, relinchaba, los llamaba. Trece difícilmente se sujetaba encima pero continuó con ella todo el camino. En la manada todos la recibieron felices.

De ahí en adelante su manada fue su mayor apoyo y el caballo que ahora galopaba a su lado su amuleto.
La cicatriz siempre estaría allí pero ahora Princesa veía las cosas mucho más claras que antes, con más luz, más bonitas. Adoraba cada brote de hierba que ingería, cada trago de agua que daba, cada rayo de sol que salía, cada galope que daba, cada momento que pasaba con su manada y con su pequeño Trece. Se sentía muy feliz por lo que tenía y llegó a sentirse afortunada por lo que era, tanto que quería relinchar a los cuatro vientos la cuadra en la que había estado y cómo salió de ella, pero era mucho mejor disfrutar cada momento de felicidad y naturaleza, cada amanecer con los suyos y dar gracias de lo que pasó pues de otra forma no hubiera aprendido a ver las cosas como las ve ahora.

Ahora con casi 21 puedo decir que estas maravillosas criaturas han sido las que me han ayudado a recuperar la confianza en mí misma y el amor a la vida. Gracias a mi pequeña Princesa y a Trecino. Imprescindible la ayuda y el apoyo de mi familia, amigos y de ÉL.

Este fue mi camino, el que me ayudo a dejar a atrás esta pesadilla de la que SE PUEDE SALIR, con esfuerzo. Pero no es la única forma, todo se basa en ‘situarse en el centro de una plaza e ir probando calles, si una no te sirve vuelve atrás y prueba la siguiente, una te lleva a la salida, seguro’.
Para finalizar mi historia quiero plasmar una frase que me dijeron hace poco y que me encantó y refleja muy bien la idea que he querido transmitir con esta historia:

‘El hombre llega a conectar con su interior a través de cinco cosas: los niños, los animales, la naturaleza, el amor y la música’.

FELIZ 2014

Fdo.

M. Aguado