Hace 9 años había una potrita que
se llama Princesa, esta pequeñaja inocente vivía feliz en su manada rodeada de
los suyos, los cuales la aceptaban y la querían tal y como ella era. Princesa
tenía muchos amigos con los cuales salía a galopar, saltar y sobre todo a
pastar, porque a ella le encantaba pastar.
Un día Princesa se alejó un poco
de los suyos para ir a explorar lo que había más allá del prado en el que
estaba acostumbrada a vivir y descubrió algo que la llamó muchísimo la
atención, había una manada enorme al otro lado de la montaña, estaba muy cerca
de la suya pero muy lejos ya que estos parecían grandes caballos de competición.
Princesa volvió a su manada
cabizbaja y esa noche, mientras todos los demás descansaban ella estuvo pensando
acerca de lo que había visto esa tarde.
A los ojos de nuestra Princesita
aquellos eran los caballos ‘perfectos’. Yeguas perfectamente esculpidas,
sementales musculados, sus crines lucían estupendas y sedosas, sus movimientos
eran rítmicos, equilibrados. Eran hermosos. Vivían de una forma que ella
envidiaba, todos estaban alrededor suyo, les admiraban, les aclamaban, les
cuidaban, les amaban.
Princesa empezó a sentirse muy
mal, y decidió ir por su propio pie a una cuadra que estaba más cerca de lo que
ella pensaba y que se llamaba TCA ‘Todos los Caballos son Admitidos’. En esta
cuadra ofrecían una solución rápida y aparentemente sencilla a los problemas de
Princesa, pero nuestra potrilla firmó el contrato de entrada demasiado pronto, sin
ni siquiera leérselo.
Progresivamente a Princesa la
fueron quitando cada vez más y más forraje ya que para ser una gran yegua de
competición tenía que perder algo de peso, pero la cantidad se les fue de las
manos sin que la potrilla se diese cuenta. Además tenían entrenamientos muy
duros, para los cuales no estaban preparados, muchas veces al día, a cualquier
hora, sobre todo después de las escasas comidas que les daban. Esto hizo que
físicamente empezasen a sufrir problemas. Además en esta cuadra no la dejaban
salir a ver a su manada y poco a poco los fue perdiendo sin que ellos supiesen
dónde estaba.
Fueron pasando los años y la
potrita que se había metido en esta cuadra queriendo ser una yegua destacada,
admirada, distinguida e importante fue encerrándose y poco a poco todo se fue
tornando oscuro, ya no la dejaban ver el campo, esa felicidad que sentía
corriendo con sus compañeros desapareció, ahora pasaba el día en el box,
tumbada, sin fuerzas para entrenar y sin ganas de hacer o pensar nada.
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Fueron años y años viviendo allí.
Fueron años en los que la pequeña Princesa fue madurando y haciéndose ella
misma de forma paralela a todos los potros de su edad. Fueron años en los que a
Princesa le costaba encontrarse a sí misma, solo encontraba en ella un deseo
implacable por ser parecida a esas yeguas ‘perfectas’ que había visto aquella
vez, pero en su afán por alcanzar esta meta se estaba destrozando. Fueron años
en los que Princesa solo encontraba en ella misma las ideas de aquella cuadra
donde se había metido. Entonces, un buen día, decidió sacar aquel contrato y
leerlo bien. En este ponía que una vez que te metías no podías salir de allí,
ellos iban a ponerte a prueba, a someterte a todo aquello que ellos querían,
pero también ponía una larga, larga lista de efectos secundarios que podías
encontrarte si entrabas. Todos ellos negativos. Princesa dio un brinco al ver
que la mayor parte de esa lista se reflejaba ya en ella, por primera vez desde
hace mucho tiempo abrió los ojos. Paso días, meses dando vueltas sin parar en
el box, pensando que podía hacer para salir de allí, pues no iba a permitir que
nadie jugase con su vida ni ‘tomase las riendas’ de ella, iba a demostrar al
mundo y a su manada que ella YA era una yegua y que además era una yegua
distinguida pero no por sus músculos ni sus facultades en ninguna disciplina
sino por su fortaleza psicológica.
Un día ya desesperada enfureció y
lanzo una fuerte coz contra la puerta que la estaba reteniendo, haciendo un
pequeño boquete en ella, por el cual entró un rayo de luz, hacía años que no la
veía y eso la dio fuerzas para continuar, fueron meses y meses de esfuerzos y
de patadas a esa barrera que la separaba del campo que tanto adoraba, de esos
ricos pastos y de esa manada que tanto la quería. En cuanto el boquete fue lo
suficientemente grande como para salir, nuestra Princesita ahora convertida en
una yegua madura salió galopando fuerte de allí, al salir la puerta le hizo un
gran corte, pero dio igual ella corrió al encuentro de su manada, de su vida.
Volvía a ser ella.
Princesa estuvo muchos meses
dando vueltas por el campo, al principio todo era muy duro en el exterior, la
herida que se había hecho al salir le dolía muchísimo y no podía dejar que se
infectase, estaba desorientada y tenía que tener cuidado con lo que comía pues
su estomago se había quedado muy débil, además todo esto le recordaba
continuamente lo que le había sucedido. Pero ella siguió incansable en busca de
lo que solía ser.
Un día Princesa se encontró un
amigo por el camino, era pequeño y estaba solo, era un cachorrito de gato, se
paró a ayudarle y a partir de ahí el pequeño gatito la siguió a todas partes
así que decidió ponerle nombre, le llamo Trece. Trece ayudó a Princesa en su
largo camino, le dio ánimo y fuerzas, esperanza en los momentos en los que ella
la perdía. Poco a poco la herida fue cicatrizando y Princesita fue cogiendo
peso.
Un buen día Princesa y Trece se
toparon con una montaña que le resultó familiar a nuestra yegua. Princesa
sintió un escalofrío al darse cuenta de que había estado allí antes, se acordó
de que tras esa montaña estaba esa cuadra tan destacada donde estaban todos
aquellos caballos tan perfectos que la habían hecho meterse en la cuadra TCA.
Se armo de valor y con Trece encima emprendió de nuevo la marcha. Si quería
llegar al otro lado y recuperar su vida tenía que cruzar aquella manada, algo
que la aterraba. Se introdujo entre los caballos para descubrir, para su
sorpresa, que no eran tan distintos a ella, YA NO, ahora ella era una yegua
fuerte, y no era tan distinta al resto de la manada.
Cuando terminó de cruzar tenía
unas fuerzas sobrenaturales que le hicieron salir a galopar de forma frenética
y alocada. Estaba alegre. Por fin su manada se diviso a lo lejos, lo que la
hizo acelerar más y más, daba saltos de alegría, relinchaba, los llamaba. Trece
difícilmente se sujetaba encima pero continuó con ella todo el camino. En la
manada todos la recibieron felices.
De ahí en adelante su manada fue
su mayor apoyo y el caballo que ahora galopaba a su lado su amuleto.
La cicatriz siempre estaría allí
pero ahora Princesa veía las cosas mucho más claras que antes, con más luz, más
bonitas. Adoraba cada brote de hierba que ingería, cada trago de agua que daba,
cada rayo de sol que salía, cada galope que daba, cada momento que pasaba con
su manada y con su pequeño Trece. Se sentía muy feliz por lo que tenía y llegó
a sentirse afortunada por lo que era, tanto que quería relinchar a los cuatro
vientos la cuadra en la que había estado y cómo salió de ella, pero era mucho
mejor disfrutar cada momento de felicidad y naturaleza, cada amanecer con los
suyos y dar gracias de lo que pasó pues de otra forma no hubiera aprendido a
ver las cosas como las ve ahora.
Ahora con casi 21 puedo decir que
estas maravillosas criaturas han sido las que me han ayudado a recuperar la
confianza en mí misma y el amor a la vida. Gracias a mi pequeña Princesa y a
Trecino. Imprescindible la ayuda y el apoyo de mi familia, amigos y de ÉL.
Este fue mi camino, el que me
ayudo a dejar a atrás esta pesadilla de la que SE PUEDE SALIR, con esfuerzo.
Pero no es la única forma, todo se basa en ‘situarse en el centro de una plaza
e ir probando calles, si una no te sirve vuelve atrás y prueba la siguiente,
una te lleva a la salida, seguro’.
Para finalizar mi historia quiero plasmar una frase que me
dijeron hace poco y que me encantó y refleja muy bien la idea que he querido
transmitir con esta historia:
‘El hombre llega a conectar
con su interior a través de cinco cosas: los niños, los animales, la
naturaleza, el amor y la música’.
FELIZ 2014
Fdo.
M.
Aguado