Recuerdo aquel día como si fuera ayer. Tenía 21 años y, a
pesar de llevar muchos años enferma, tenía una vida por delante. Esa mañana
había salido de la Universidad con los nervios a flor de piel, porque en unas
pocas horas tenía que visitar a mi médico. La verdad es que yo no me encontraba
en mi mejor época, hacía poco que acababa de salir de un ingreso hospitalario
en el que únicamente se dedicaron a engordarme, dejando de lado la raíz del
problema. Allí un psiquiatra te veía una vez a la semana y te preguntaba cómo
ibas. Y era una estupidez intentar explicárselo, porque los cinco minutos que
duraba la consulta no daba para nada más que para un “bueno, más o menos”.
En fin. Como consecuencia de este ingreso en el que no me
dieron ningún tipo de terapia psicológica, únicamente me cebaron (y no solo con
comida sino con toneladas de medicación) no supe encajar mi nueva imagen y cuando me dieron el alta, porque según ellos
“mi vida ya no corría peligro”, tarde muy poco tiempo en recaer.
Y en estas me encontraba. Luchando contra la maldita
anorexia, decidida a no volver a entrar a aquel hospital del diablo. Decidida a
recuperarme y a remontar la recaída. Decidida a salir de este mundo de una vez
por todas.
Esperaba que el médico me dijera aquella tarde que había
recuperado algo, que estaba mejor. O que al menos me había mantenido. Deseaba
que me transmitiese ánimos, que me dijera que iba por el buen camino y que al
final todo esto se acabaría. Pero casi hubiera preferido que me amenazase con
meterme de nuevo en el hospital si no subía de peso, como solía hacer cada vez
que nos veíamos. Lo prefería antes que oír lo que aquella tarde me dijo.
- "Patricia, siento decirte que tu caso es crónico.
Da igual que intentes recuperarte, da igual lo que hagamos por intentar
ayudarte y da igual las veces que te ingresemos. No tienes remedio. Nunca te
vas a curar".
.
Recuerdo la punzada de dolor que sentí al escucharle. Era
como oír mi propia sentencia de muerte. Qué más daba todo ya, al fin y al cabo
nunca me curaría. Me costó mucho levantar cabeza tras aquel duro golpe. Pero lo
hice. Y empecé a tomar medidas. Un médico como él nunca iba a servirme de ayuda…
así que lo primero que hice fue decirle adiós.
Tras muchos años de esfuerzo hoy puedo afirmar que estoy
recuperada, y no solo lo digo yo, también lo dice mi alta médica. Lo dicen mis
ojos y mi sonrisa, lo dice la risa de mi hijo y lo dice la gente que me quiere y que confió en mí
desde el principio. Y hoy, tras mi visita sorpresa, también lo va a decir aquel médico
que se sacó la licencia en un tómbola de feria…
No os engañéis. Los trastornos de conducta alimentaria SÍ se
curan. Éstos son enfermedades mentales al 100% y la recuperación total sí
existe. Obviamente, los años de enfermedad y si existen otros trastornos
mentales comórbidos hacen que el tratamiento sea más largo, pero no infinito. Los
únicos que te dirán que los TCAs no se curan son las enfermas que no se quieren
curar, (y con el cuento de la cronicidad acallan su conciencia) o médicos
anticuados que no saben cómo tratar a sus pacientes.
Para que un TCA se cure lo más importante es quererlo. Nadie
elige enfermar pero la recuperación sí es una elección. Por más médicos y
profesionales que uno tenga al lado, nadie se va a recuperar si no elige
hacerlo.
Por otra parte, y una vez que se ha elegido la recuperación,
es importante dedicarle mucho tiempo,
esfuerzo y paciencia, así como escoger el equipo médico y las terapias que se
necesiten (hay quien necesitará sólo un psicólogo, otros un equipo, otros un
ingreso…) y sobre todo, es necesario alejarnos de los que no creen en nosotros. Mal vamos si ellos se rinden antes que tú. Recuerda que...
QUERER ES PODER
No hay comentarios:
Publicar un comentario