miércoles, 11 de diciembre de 2013

Pensamientos distorsionados

Gloria era una chica de estatura normal, pongamos por ejemplo, que medía 1,65 metros. Con una complexión mediana, su peso nunca había sido mayor de 53 kilos.

Según recomienda la Organización Mundial de la Salud en sus tablas, con esta estatura el peso ideal de Gloria debería oscilar entre los 56 y los 63 kilos, así que podemos decir que esta chica estaba incluso un poco por debajo de lo que se consideraría óptimo, pero nada alarmante, porque Gloría comía bien, de todo, y en cantidades normales. Nunca se había visto gorda, de hecho, entre sus círculos sociales se caracterizaba por ser el pibón por el que todos los chicos babeaban.



Entonces ¿cómo le dio a Gloria por ponerse a adelgazar? Pues la razón es un poco incierta, pero parece que el origen de que empezara a fijarse en el tamaño de sus brazos, y luego en el tamaño de su culo, y después en el tamaño de todas las demás partes de su cuerpo se encuentra en el momento en el que se produce la muerte de su hermano.

Su hermano y ella siempre habían estado muy unidos y su pérdida supuso un fuerte golpe para Gloria. También para el resto de su familia, como es evidente, pero el dolor de Gloria parecía estar a otro nivel. Era tan intenso, pero tan intenso que se le quitaron las ganas de comer. Estaba tan triste que se le olvidaba y cuando se le venía a la cabeza que tenía que alimentarse, el nudo de su estómago apenas le permitía probar bocado.  Al principio era, pues, simple inapetencia, fruto de la depresión por un suceso tan traumático, pero pronto se convirtió en adicción. ¿Cuándo? Cuando de repente se dio cuenta, por los continuos comentarios de la gente –Jo, Gloria, qué delgada te veo y qué mala cara tienes últimamente, etc-  de que había adelgazado.

Pero era extraño, porque ella tampoco había buscado perder peso. Y ni siquiera se había fijado en que estaba más delgada. Si no llega a ser por los demás, ni se da cuenta. Al final, la gente se puso tan pesada que decidió pesarse en la báscula para comprobarlo. ¡Qué sorpresa! ¡Pero si había perdido casi cinco kilos desde hacía dos meses! Pues vaya, de verdad que ella no se lo notaba. Seguía viéndose igual…
Sin embargo, y ahora sí, empezó a tener especial cuidado, a controlar, lo que introducía en su cuerpo, no fuera a ser, -¡por Dios!- que cogiese un gramo de los que había perdido, que ya que los había perdido, pues oye, por qué ganarlos otra vez…

Y así empezó su anorexia… La palabra control es el contexto ideal en el que comienza el descontrol. Gloria bajó muchos kilos más, por debajo, incluso, de la barrera de los 40, pero siguió sin ver en su cuerpo la diferencia entre pesar 53 y pesar 43.  No es que se viera inmensamente gorda, vamos a ver, pero lo cierto es que pensaba que un poco de algunas zonas sí que le sobraba… y que estaría mucho mejor con algo menos de peso. ¡Y la gente de su alrededor pidiéndole que subiera a su peso, a los 53 kilos de nuevo! No, no y no. Seguro que la subida sí que la notaba y no precisamente para bien, no podría soportarlo, no podía ser. De ninguna manera.

Así, el cuerpo, el peso y la delgadez – que no habían tenido mayor importancia hasta el momento- se convirtieron en el tema central de la vida de Gloria. En un refugio en el que esconderse del resto del mundo, en una excusa para no hacer frente a los demás problemas. ¡Qué miedo vivir sin eso después de tanto tiempo “resguardada” en la comodidad de ese mundo! 

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