miércoles, 4 de diciembre de 2013

Una historia llena... de vacío


Laura se sentía vacía. Tan vacía como su historia... 

Siempre se acostaba escuchando el susurro de las hojas ya maduras que caían de los árboles, alentadas por el viento en aquellas noches de otoño, que tan largas se le hacían. Ella creía percibir que los árboles se quedaban vacíos en invierno al igual que lo estaba ella, y muchas veces les daba las gracias a aquellos troncos, vestidos únicamente con sus ramas, porque pensaba que lo hacían por acompañarla en su tristeza. Pero en primavera las hojas y las flores renacían y ella lloraba porque no sentía que dentro de ella renaciese ella misma de nuevo.

Ese era su vacío. El vacío que hacía que nunca lograse comprender por qué los demás podían vivir y disfrutar haciéndolo, cómo la gente era feliz simplemente intercambiándose un regalo, cómo yo me sentía bien leyendo un periódico sentada en la cocina mientras hacía el café de la tarde, con esas cuatro cucharadas de azúcar que a mí me endulzaban la vida. Ella me miraba, pero en realidad no me veía, siempre se empeñaba en tomarlo amargo. Como su existencia.

Vacío


Laura pensaba muchas veces pensaba que los raros eran los demás, solo para sentirse algo mejor, en realidad sabía que no era así. Éstos seguían siendo sentimientos de dolor. Creía que tenerlos era un cosa de lo más normal, otra opción le parecía imposible. Aquella cosa que habitaba en su cabeza le hacía sentir que no merecía la pena esforzarse por tratar de estar bien, por intentar integrarse, por sonreír o por salir, porque si lo intentaba, lo que estaba haciendo es forzar al vacío, el cual luego le castigaría creciendo aún más por no haber sido sincera consigo misma ni con los demás. No era la primera vez que le pasaba.

Por eso cada día le resultaba más difícil relacionarse con los demás, incluso con su familia. Con los que habíamos sido sus amigos. Conmigo misma. Parece como si el hecho de contar algo de esta destructiva relación con el vacío fuese a ser el detonante de la III Guerra Mundial. Estaba aterrorizada, tenía mucho miedo, al que dirán, al sufrimiento de la gente, a sufrir más de lo que ya sufría, ¿que pasaría con ella si decía algo? 

En el fondo no era muy consciente de que se había acomodado a esa situación, que se había resignado sin remedio a una vida gris, llena de piedras invisibles pero consistentes. Se había acostumbrado a ver sus ojeras en el espejo, a la pálida tez que cubría su rostro, a sus enormes ojos grises que gritaban en silencio pidiendo la libertad. Con el paso del tiempo, sus días acabaron definiéndose con palabras parecidas (aproximadamente) a la inquietud, el desasosiego, la ansiedad; todo esto combinado a la vez con la apatía, la inapetencia, la tristeza.

Durante mucho tiempo Laura no supo cómo reaccionar. De modo que pensó que quizá esto es lo que Vida tenía preparado para ella, así que se conformaba mientras envidiaba a los chicos de su edad, aquéllos que sí eran capaces de reír y divertirse, de confiar los unos en los otros. De sonreír sinceramente. Cada vez que lo pensaba, bajaba la mirada y una lágrima se precipitaba al vacío (valga la redundancia) desde sus ojos, creyendo que no podría hacer nada por cambiarlo.

Sin embargo, un día, a pesar de que se sentía muy débil y confusa, tomó una decisión: trató de rebelarse contra sí misma, creyendo que así acabaría con su pesadilla, que había ido creciendo tanto con el paso de los años, que en ese momento era tan grande, que hoy siguen faltando las palabras para decir que es más grande que grande. ¿Enorme? Más que enorme... Laura, se propuso intentar cambiar, quería volver al mundo, pero tras tantos años de auto- abandono, no se dio cuenta de que a veces querer no es un sinónimo de poder. Es cierto que si ella quería, podía (de hecho finalmente pudo) porque no hay nada más fuerte para conseguir algo que la voluntad,  pero a veces la gente utiliza mal el verbo “querer”, lo dice, pero se refiriere a “desear sentirse y estar bien, tener lo mejor, pero sin mover un solo dedo para conseguirlo”. Esa es la cultura del esfuerzo que nos enseñan frecuentemente en la actualidad. Tras llevarse un palo enorme y seguir no igual, si no peor, Laura se sintió abatida y pensó que a partir de ahora, lo que le quedase de vida, querría dedicarla a autodestruirse del todo.

Pero en algunas ocasiones parecía reflejarse en sus pupilas una luz intermitente con su rostro esperanzado...  yo sé que seguía ahí. Si aprendió alguna vez a vivir, lo había olvidado hace mucho tiempo y ya era hora de que lo hiciera de nuevo. Porque aún no era tarde. Porque aún estaba a tiempo. Así que a pesar de sentirse muy inútil y tonta dedició continuar. Se dio cuenta de que, aunque ella creía que había luchado con todas sus fuerzas, en realidad ese esfuerzo no había sido suficiente. Había que intentarlo con mucho más ahínco.

Empezó a desconfiar de sí misma (sí, el prefijo des- está bien puesto, lo pongo porque no tenía muy claro, cuando le hablaba el vacío, o cuando estaba razonando ella misma) empezó a dejar de escuchar los pensamientos enfermizos de su cabeza y a fiarse plenamente de lo que la gente que le rodeaba y de la que tanto había huido, le decía con toda su buena intención. Poco a poco empezó a estar en más ocasiones dentro de sí misma, hasta que llegó un momento, en que volvió del todo y dentro de Laura solo estaba ella. A mí, su evolución me recuerda al renacer de un ave Fénix. Cuando se lo dije, se fue corriendo, conmigo a rastras, a la tienda de tattoos que había al final de la calle de mi casa. Le queda precioso tatuado en su tobillo.

A día de hoy, Laura sigue teniendo miedo a volver a sentir lo mismo, pero yo siempre le digo que siempre y cuando trate de ‘autoestimarse’, esté donde quiera que esté, porque yo sé que está, y sigue siendo ella, en estado puro,  no tendrá de qué preocuparse. Pero si no se quiere ni se respeta, jamás podrá querer y respetar a los demás y entonces sí que podrá volver a sentirse vacía, a tener ese pensamiento constante, de "nada vale nada, ni mi vida, ni mi futuro, ni mi familia, ni nada, porque por dentro estoy hueca, y tengo un corazón de paja que no late como todos los demás"

- Si no tienes esto en cuenta, Laura -le digo- entonces la nada y el vacío volverán.

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