"Como habréis oído o leído
en muchas ocasiones o, si habéis sufrido un TCA habréis vivido, parece que
padecer anorexia o bulimia debería ser algo de lo que avergonzarse. Algo por lo que señalarte con con el dedo, por lo que te sintieras tonta por haber
caído en la trampa.
En este fragmento os
quiero explicar cómo esa mentalidad se puede cambiar y se puede estar orgullosa
de una misma. Pero para ello es necesario luchar mucho y tener paciencia. UN TCA SE CURA y al final del camino
hay una felicidad increíble, mucho mayor que la que cualquier otra cosa te
pueda aportar: descubrirte a ti misma.
Hacia 2011 empecé a
sentirme rara. Hacía años que había superado la anorexia en sí y, en cambio,
sentía que no todo estaba completo. Mi relación con la comida era saludable
pero mi cuerpo me decía que eso ya no era suficiente, que quería disfrutar
comiendo. Ante ello, mi psicóloga me animó a ser libre, a dejar que mi cuerpo
hablara por mí y que me guiase por él. Al principio eran cositas pequeñas, como
comer en Navidades más turrón si me apetecía o comprarme golosinas una tarde.
Tras unas semanas así, tenía la sensación de que estaba perdiendo el control y
mi cabeza, que seguía descolocada, me pidió que fuera poco a poco. Tuve apoyo
en estos momentos y al poco tiempo volví a intentarlo. De nuevo lo mismo… Era normal, pero tenía que seguir
intentándolo.
Hace poco menos de un
año, un día me pregunté, sin querer: ¿Cuánto tiempo llevo sin agobiarme? Y se
me había olvidado la última vez que lo había hecho. Fue un momento muy
especial, porque en ese momento sentí verdaderamente que tenía las riendas de
mi vida. No porque no me agobiara la comida sino porque el miedo patológico
había desaparecido de todas las facetas de mi vida.
Durante varios años la
obsesión por todo había mermado mi persona, había echado tierra sobre mi
esencia: la comida, los estudios, la aprobación ajena, el trabajo… Y me había
perdido, dejándo sólo ver la parte oscura de mí. Pero ese día estaba llena de
energía. La chica acomplejada había pasado a ser una adulta que apreciaba cada
una de las curvas, lunares y dimensiones de su cuerpo. La estudiante modelo
había sido derribada por una maestra decidida a dar lo mejor de sí misma sin
intentar agradar a todos. La adolescente indecisa se había retirado ante una
mujer que aceptaba que hacía las cosas a veces bien, a veces mal y otras veces
como buenamente sabía.
Los días grises se
acabaron. Ya no aguantaba que mi alrededor se preocupara de nimiedades ni que
me arrastraran a pozos sin fondo. Ahora luchaba por la libertad de mi persona,
por vivir cada momento como irrepetible, por aprovechar las miajas del tiempo
para construir una vida feliz. Esta nueva actitud me
permitió hablar, decir lo que pensaba, decidir, equivocarme, probar…Hacer mi
propio camino, sin que nadie lo construyera por mí. Y así llegué a terminar una
carrera, encontrar un trabajo, mantener cerca de mí a las personas que
verdaderamente me importan, deshacerme de los que consideraba piedras en mi
camino, ir de compras con una sonrisa, organizar cenas con mis amigos,
descubrir en mi pareja cosas que mi capa negra no me había dejado ver…
Para que podáis
entenderlo, me di cuenta de que no es que mi cerebro ni mi personalidad
estuvieran mal, sino que era uno de los esclavos de Miguel Ángel: era una
esclava de un mundo mal entendido bajo un pétrea capa de mármol y ahora estaba
esculpiendo mi forma, liberándome de aquella pesada carga que no me permitía quererme a mí misma.
Os he escrito este
testimonio para que cuando os surja en vuestra cabeza la misma pregunta que me
surgía a mí, tengáis la respuesta que os llene de fuerzas:
¿Por qué seguir luchando
si esto no parece tener fin? Porque sí que tiene fin, aunque no lo parezca
y ese fin es muchísimo más maravilloso
de lo que podáis imaginaros".
No hay comentarios:
Publicar un comentario